CREDO

Creo en lo que me moviliza, en lo que dicta mis manos, en el impulso de lo que nace de lo mas profundo de mi. Creo en el cariño puro, en la emoción vibrante, en lo que se me hace totalmente irrefrenable. Creo en el cambio. Creo en lo que me motoriza a realizar y traspasar mis miedos. Creo en la vulnerabilidad, la rabia desmedida y la sensibilidades cotidiana. En la escucha atenta, activa, casi que preocupada. Creo en la buena elección de los conceptos. Creo en las palabras, las escritas y las habladas. Creo en el diálogo, la ingenuidad y la buena predisposición. Creo en lo que me eriza la piel, lo que me emociona hasta las lágrimas. En el dolor, la violencia, la picardía. Creo en la sangre, los fluidos, en los latidos de los órganos. En un terreno baldío, en una casa abandonada. En el despertar, el sexo, la angustia, la desesperación, lo insaciable. En los ojos de mi madre, las lágrimas de mi padre, la senilidad de mi abuela, los nervios de mi hermano. Creo en el barrio en el que me crié, en la cuadra de la casa de mis padres, en mis vecinos. En la risa desconocida. En el perdón y la maldad descarada. En los deseos más inmorales, en el amor desventurado. Creo en lo espontáneo, en todo lo que surge de forma orgánica y natural. Creo en todo lo que sucede después de las tres de la mañana. En el desvelo, en la ansiedad, la desesperanza. Creo en el futuro. En la transformación, en la posibilidad de cambio. Creo en la naturaleza, en sus creaciones, colores, olores y formas. Creo en la enfermedad, el padecer y la muerte. Creo en la vida, el nacimiento. En el primer llanto de una criatura, en una madre que abraza por primera vez a su hija. Creo en las mujeres, en su inteligencia, vitalidad, creatividad y enojos. Creo en el poder de la imaginación, en lo que mi mente fantasea antes de dormir, en mi querer más propio. Creo en la ternura y la ruptura. En la violencia direccionada. En mis pensamientos intrusivos, mis impulsividades. Creo en los cuerpos, su fuerza, tendones y músculos. En el contacto físico, los abrazos y el tomar de las manos. Creo en la fuerza de la palabra, el peso de la sangre y los miedos heredados. Creo en la historia de mis familiares, de mis conocidas, cercanas y queridas. Creo en el desperfecto, lo inacabado y el error. Creo en la necesidad de la espera, la introspección y el diálogo interno. En la fermentación de la carne y la materia. En la inestabilidad del día a día, lo volátil, lo cambiante. Creo en la posibilidad de existencia de dos ideas incongruentes en simultáneo. Creo en el olor de mis manos, en sus callos y lesiones. Creo en mi bruxismo. En lo que me hace tensionar el cuerpo y utilizar mal mis músculos. Creo en los motivos, en las posibilidades, en los nuevos comienzos. Creo en la mala suerte, en las coincidencias y el destino, todo a la vez. En el descanso, el ocio y la improductividad. Creo en el silencio que es silencio y no pausa entre ruido. Creo en la intuición, la percepción y el sentido despierto. Creo en el hacer. En el hacer desinteresado, genuino y propio. Creo en el goce, el deseo y la devoción. En la potencialidad. Creo en la desinhibición, la euforia y el vértigo. Creo en las lesbianas, en sus decisiones y reacciones. Creo en el poder colectivo, en la bronca popular. Creo en los días lluviosos y soleados. Creo en el juego. Creo en la improvisación. Creo que todo puede mejorar. Creo que todo puede empeorar. Creo en el querer solo de forma devota. Creo en el simbolismo. Creo en los accidentes naturales. Creo en el desencanto, la desgracia, lo insulso. En el tiempo, como cura y perdición. Creo en los pájaros y perros. Creo en el sol y la luna. Creo en la tristeza, el miedo y la agonía. En el egocentrismo, la avaricia y la mentira. En la incoherencia, lo ilógico e inverosímil. Creo en la creación. En la superstición, los ungüentos y la cura del empacho.

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