hollín nadador

 Este rincón de la cama apesta a un silencio oscuro que martiriza y diseca toda posible salvedad. Lo lúgubre impregnante de la sala se vuelve irrespirable y denso, casi tanto que se puede palpar y tomar con ambas manos. Toda pizca de oxígeno se engulle y aprovecha en segundos eternos. Llevo guardada entre mis dedos índice y pulgar, la posibilidad de crear algo revelador y yo, ególatra, juego con el tiempo pensando la excusa más ingeniosa para no avanzar. Este aire huele a naufragio, a tempestad hostil, a todos los gritos que no escuche gritar aunque provengan de mí. Sostengo en mi mano no-hábil un puñal hecho de porcelana fría, con el que pensé diseccionar aquella neblina que ciega y entumece, pero en el instante justo donde se debería dar el golpe certero, mi brazo se ablanda y entorpece, como si no tuviese motivo suficiente como para tirar por la borda toda la paciencia acumulada con pesar y sacrificio. Entonces decide esperar, somnolienta. Se oye a distancia la bruma sonora de la gran ciudad, motores, bocinas, timbres, barridos, humedad, polvo. Un perro espera a su dueño a la salida de la panadería, el hombre de la esquina toma mates en el marco de su puerta, una señora se tropieza con la baldosa derruida de la vereda, el obrero lleva una carretilla repleta de arena, la vecina escucha la radio por parlante, joven cruza sin mirar. El pájaro más bien fornido en el árbol más bien deshuesado por la municipalidad, canta a gritos con elocuencia el presagio final; “Señoras. Rápido. Escriban. El mundo se acaba y sin huellas nada existe. Manchen. Rallen. Susciten”. Un coro insurgente de bocinas en huelga responden con diley desde la calle principal mientras el semáforo se enrojece de furia. Mis pies se embarran de incógnitas pesadas, pegajosas y las energías sin punto de fuga van acrecentando su sentido de pertenencia, consensuan disconformidad. Parece que el descaro del sol tiene como fin último que este sea mi escenario hoy, unas ganas inquebrantables con salidas innegociables con el accionar. La fuerza potencialmente movilizadora se siente enferma de la quietud y se despilfarra por todo el suelo con llanto y devoción, pidiendo clemencia, misericordia, piedad. Un sinsentido de escaparates, con pinceladas sufridas de gran carga matérica. El tiempo resurge reencarnado en hollín de roble y baila resplandeciente a mi alrededor, gozando de la brisa palpable y moldeable a conveniencia. Sabiendo el tormento, se pavonea juguetón haciendo alusión a querer desvanecerse en cada giro ejecutado milimétricamente, cual natación sincronizada. El tiempo danza y ventajoso de su propia naturaleza, se ensancha, achica, comprime y dispersa sin perder su forma original, desafiando las leyes numéricas que él mismo inventó. Ya acostumbrada a su engaño de hollín nadador, reconozco lo incómodo de saberme ajena a las condiciones.

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