cómo preservar un relato

 



Intento invadir los bordes y surcar nuevos límites en mi existir, y en el proceso, retomo la paciencia de merodear en los conceptos supuestos pulcros, aquellos alcanzados y devorados por la academía y su ergo, masculinidad. Las definiciones que parecerían tan inquietantemente bien hechas, pulidas, sin hueco alguno, rellenas de una neutralidad objetiva, exacta y que aún así, pecan de incompletas. La historia es una serie de luchas de clases, leí de un tipo para una clase de la facultad y me causó gracia hacer la conexión con el texto más corto de la cursada, que titulaba “La cuestión de la mujer”. Tópicos y tópicos. En definitiva, deambulo lo suficiente porque de lo contrario, sería una real pena que en mi mente resuene sin cuestionamientos la Historia ligada al filósofo violador más reconocido, la guerra con más números de bajas o la Revolución ajena. De la historia de los hombres, plagada de violencias, hambrunas y fracasos, retomo como única afirmación que no me pertenece a mí ni a ninguna de las nuestras.

Mi genealogía es un relato no-escrito, un recetario pasado de boca en boca que se prolonga hasta un silencio amplio. Pensé en mi madre, que tiene la particularidad de no querer husmear lo necesario en su pasado para darme un desarrollo más amplio. Todo lo que sé de su vida fue devuelto a mí en respuestas cortas o extensiones generales. Vino a mí el temor inminente de un futuro aún inexistente, donde la exactitud de la memoría se altera y diluye por naturaleza, y ya no pueda tener a flor de piel todo el entretejido que conformé con su narración y solo me quede un teléfono descompuesto o la misma huella del vacío, que resuena en la ausencia. Recordé ver a mí mamá de espaldas, dando vueltas y revolviendo la olla, con notable disconformidad y perplejidad, al no recordar el nombre de su abuela. A los días volví a casa a visitarla y encontré en el escritorio de mi pieza una nota con la respuesta, se llamaba Rita. En cronología: Rita, Enriqueta, Bacilia, Aldana.

Sería injusto para mí y para toda mí genealogía creer que mi existencia se resume a mí presente (suena un poco a meritocracia) y no al rejunte de vivencias y decisiones que tomó o no mi madre, que vivió o no mi abuela, que sufrió o no mi bisabuela. Una serie de consecuencias que se resuelven hasta en las más palpables vivencias, los temores más cotidianos, las costumbres más naturalizadas, los consejos más íntimos, el contexto más desfavorable. Hasta lo más terrenal, el suelo que habitas, el barrio en el que creciste. La anécdota más contada.

Me pregunto, qué es lo que queda en este mundo de las vidas pasadas de las mujeres olvidadas por la Historia de los hombres y qué se hace en pos de preservar su memoria, sabiduría, vivencias, sentimientos, pensares, su más integra mujeridad. 

Rebuscar la forma más tangible de profundizar el registro, utilizándolo como forma alternativa a la búsqueda de permanencia y la apropiación del recurso para hacernos sujetas activas de la memoría colectiva de las mujeres que nos hacen, rodean, conforman. 

Desde nosotras para nosotras, para nuestras pasadas y futuras. Escribir, resguardar, crear. Desde el afecto, en pos de la conexión, del entendimiento mutuo. Dejando de lado el palabrerío-jeroglífico, las teoricidades, el crear cerrado, conclusivo, refinado. Volviendo a lo propio, a la introspección creadora, como una especie de diario íntimo del desastre que nos dejaron, con la intención de izar banderas de broncas y sentires. 


Su historia la escriben ellos, desde azoteas infranqueables, acolchados en felpudos suaves, nuestro relato, la escribimos nosotras, desde las manos, desde lo que se toca, hace, siente y moviliza. 


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