Equilibrista-Contorsionista

 



Detrás de sí no hay nada más que mugre, escombro, salpicaduras y ladrillos al desnudo. A tientas camina tratando de no rasgar la fina tela de sus medias de nylon. Vestiduras claras pisan cerámicas frías, resquebrajadas por el martillar, se vuelven puntiagudas y filosas. Sus palmas tersas sienten con detalle cada gran migaja de cemento que se desparramó por el piso, desesperado por pinchar y rasgar pieles. En el silencio, el escalofrío recorre lujurioso  desde su nariz hasta los dedos de sus pies, focalizándose en la boca de su estómago, meciéndose con el movimiento de la brisa, que en estado de alerta se hace presente cual ventarrón en temporada de Santa Rosa. Toma su temblar y lo reposa sobre un ladrillo hueco, dejándolo de lado encuentra la razón y el silencio necesario para empezar la performance. Equilibrista-contorsionista, se planta y actúa deformando sus cualidades antropomórficas, deshace sus extremidades y de la forma más lúdica, ejecuta su danza ancestral, heredada de la abuela más sabia y anciana del barrio en que se crió. Toda su carne péndula hipnótica de sí y del pesar del aire furtivo que vuelve la adrenalina exponencial y empuja a la sangre a concentrarse en un fango borgoña casi a punto de ebullición. Cada fracción se transforma de dócil a rígido en un microsegundo y en la emoción del momento, en su euforia más frenética, los músculos se desgarran en largas y finas hebras. Circula viento y mar entre sus brazos, entre sus venas y la exprime de sí alzando sus brazos al cielo queriendo cosquillear la pomposidad de las nubes y el plumaje de las tórtolas. El tiempo se desbarataja y agolpa, perdiendo su control, sigue a la fuerza del bullicio, formando un remolino furioso que absorbe y traga cada pequeño elemento de la habitación, batiendo su propia energía, se nutre y agranda, incorporándose sobre el equilibrio que mantiene en su angosto pilar. La fuerza imprudente, ya ciega de tanta energía, convierte al viento en un arma blanca, que se dispara de manera impredecible sobre los extremos sólidos del cuarto. Ella, en su espacio delimitado, discontinuada del tiempo y espacio, estricta a su coreografía, se la percibe levitante sobre el suelo que cede al sismo que produce. Las delimitaciones se desvanecen por causa de la vibración, tan constante como violenta, vuelve la vista en un paisaje borroso. Caducadas, las paredes comienzan a agrietarse, perdiendo su fuerza y soporte, el ruido de la sala se torna protagonizado por el debilitamiento del hormigón, que gruñe dolido y de un suspiro contundente se enchastra en el suelo. El gran barullo y la absoluta sensación de final caótico inminente se ve defraudado por la realidad de un inicio de un desenlace atónito; La danza se aproxima al movimiento-gracia final y el poder condensado llega a su punto máximo de expresión, cayendo por su propio peso, achicandose en un nuevo y refrescante silencio. El aire se vuelve a amansar, el temblor se meza hasta la quietud y la tierra vuelve su alarido en un suave tarareo. La equilibrista-contorsionista reaparece entre el polvo aún volátil, revitalizada pero exhausta, cae en el sueño más profundo. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

26

volver a casa

acurrucamiento