escenografía del hogar
Desperté en una casa que ya no es mía. Estas paredes albergan recuerdos que ya no me sacian, olores que ya no me conectan, un suelo que ya no me sostiene, que se drena y no aguanta mi peso. Esta ropa ya no me recubre, ni me abriga, ni me acomoda. Este techo ya no me protege ni resguarda. Todo parece tan ajeno, tan de otro tiempo, atrasado. Todo lo vivo parece tan solo existente, automático, programado, genérico. Para verme en presente tengo que hacer fuerza mirando el pasado y la vista se cansa. Ahora descubro que las paredes son ojos que observan expectantes el detalle a juzgar y la burla fácil. Esta tela raspa, aprieta, lastima y por sobretodo, amolda. Como un torno a un trozo de madera, estiliza. Este techo me queda diminuto, hace que me encorve para no golpear mi cabeza con el cemento. Esta voz no es voz porque no se deja ser, tiende a agazaparse, suavizarse y repensar opciones menos controversiales. Esta voz es más silencio que voz. Esa puerta era imaginaria, nunca existió. Todo lo que salió lo hizo porque construyó una valentía imaginaria a un miedo también imaginario. Como el Cuco que me impedía ir al patio del fondo y esa desesperación del sentir algo por detrás que me perseguía en la noche. Esta casa no es mía porque nunca lo fue, ni mía, ni casa. Solo era una escenografía.
Crearemos miedo para que nadie salga y si lo hace, se sentirá culpable porque fue la única en salir, se titula. Obras y escenas de guión bien articulado, de frases con remates predecibles. Los más estruendosos gestos teatrales. Los dramas de desamores dolidos, dolosos, dolorosos. El padecer sin fin ni desenlace. El final abierto. El espectáculo de temporada.
Esta casa no es mía porque nunca lo fue, ni mía, ni casa. Solo un espacio apretado, que lástima y ata cual precinto en las muñecas. Que corta la respiración y la sangre, dejando carne necrótica y dolores ignorados que buscan clemencia y pintan somatizaciones en la piel y en los músculos. Nadie sabía si lo necesitaba pero lo aceptó, y ahora se aferra como parásito, que no solo demanda sino que también da pena, porque en su dependencia afirmaron que era inútil por sí solo, y es un peso que no se destruye, sólo se pasa de mano en mano. Cada ejecución está atada al resto y la acción por consecuencia machuca la herida que ni siquiera tuvo tiempo para generar la más mínima costra. Un instrumento de la inquisición adaptado a tiempos contemporáneos.
Hay aceptaciones que únicamente surgen de la palabra y entonces una divaga en busca del concepto perfecto, de la descripción real. Y no la encuentra porque no existe. En este mundo no hay tiempo para descripciones reales ni conceptos perfectos, solo mentiras con un marketing bien producido. Entonces se entiende que la palabra solo se desarrolla en texto, en oraciones y monólogos supuestamente narcisistas, como todas las verdades. Solo escribo afirmaciones. Muchas oraciones afirmantes. Que no dejan espacio a duda, a azares. Porque se pierde tiempo, se pierde energía. Una ya no tiene tiempo para hacer de cuenta que cree mentiras y valora el tiempo que necesitó para dejar de hallarse en una mentira, del momento en el que descubrió la obviedad del horizontes de posibilidades y la bravura de cruzar aquella puerta inexistente.
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